La
política andaluza se ha complicado desde las elecciones del 22 de Marzo: ha
entrado en un laberinto del que no se vislumbra una salida positiva para los
andaluces. A dos meses de las elecciones aún no hay un nuevo gobierno en
Andalucía que pueda hacer política, que intente resolver los muchos problemas
existentes en nuestra Comunidad Autónoma.
La
estrategia puesta en marcha por el PSOE para conseguir la presidencia con la
abstención de alguna o algunas fuerzas políticas, no lleva muy lejos. A la
vista está: ya son tres las votaciones en el Parlamento y los números se
repiten (47-62). No hay salida, y si la hubiera, podría ser peor a estas
alturas, sería “pan para hoy y hambre para mañana”. Susana Díaz formaría el
Gobierno andaluz más inestable de la Historia andaluza, quedando a merced de
las posibles fuerzas abstencionistas, que son diversas y tienen poco en común.
Todo deberá ser negociado, lo cual no es malo en sí mismo, sino todo lo
contrario, pero visto lo visto cada asunto se puede eternizar. Parece que no se
han medido las consecuencias o quizás sea que no importan, porque el objetivo
es formar gobierno y después ya veremos, mientras los demás afilan sus garras
para las siguientes batallas.
Es
verdad que la Administración no puede, ni debe pararse, y que hay unos
Presupuestos aprobados por PSOE e IU, que permiten tirar adelante en lo que
resta de año; pero también es verdad que el Parlamento andaluz sufre una
absoluta parálisis que indigna a unos y otros, pero sobre todo a los
ciudadanos. Es sencillamente inaceptable. Se ha convertido en un laberinto
cerrado, ensimismado, sin salida en estos momentos. Para colmo, los diputados
electos sólo usan sus escaños para calentarlos un ratito cada cierto tiempo. No
mucho, que ya hace calor... Nadie está dispuesto a moverse, ni que le muevan de
su sitio; nadie quiere negociar en profundidad, todos se miran unos a otros...
¿Hasta cuándo? No se sabe, nadie contesta, aunque todos reclaman diálogo.
Esta
situación tiene sus causas. La primera, y madre de todas ellas, fue la
convocatoria de unas elecciones que nunca debió hacerse, pues había un acuerdo
de gobierno PSOE-IU, el cual, con sus problemas normales, estaba funcionando,
prueba de ello fueron los Presupuestos para 2015 y las leyes aprobadas o pendientes
de ser aprobadas. Faltó diálogo o alguien no lo quiso. Si el posible referéndum
interno de IU sobre su continuidad en la coalición de gobierno era una huida hacia
adelante de Antonio Maíllo para contentar a todos (en realidad una minoría de
su organización) y taponar la huida de simpatizantes hacia nuevas formaciones
políticas, también lo fue la convocatoria de elecciones por parte de Susana
Díaz quien, aprovechando lo planteado por sus socios de gobierno, quiso solucionar
sus propios problemas y los de su partido a varios niveles, creyendo que era el
momento de taponar o, al menos, ralentizar la llegada de los nuevos partidos.
No
le salió mal del todo, pero el objetivo pretendido (poder gobernar en
solitario), mil veces expuesto en la campaña electoral, no fue alcanzado, e IU,
además, sufrió injustamente las consecuencias de una decisión unilateral,
personal y partidista.
A
partir de ahí, todo son causas y efectos concatenantes. Desde el 22M todo es distinto en Andalucía, como lo
será pronto en toda España. Ahora con las mimbres existentes (no hay otras) hay
que hacer el cesto, es decir, hay que conseguir que haya Gobierno en Andalucía
y que el Parlamento cumpla su función. Ahora bien, por el camino emprendido no
va a ser posible. Creo que ni siquiera ya es aconsejable. Es más bien un
laberinto sin salida.
Los
resultados electorales son lo que son, no tienen vuelta de hoja: son los que el
pueblo andaluz ha decidido. Con esos resultados, que son una oportunidad nueva
para Andalucía, sólo caben dos opciones para encontrar una salida airosa,
positiva, para todos. La primera, que considero la elegida por los andaluces,
sería la formación de un Gobierno de coalición con dos o tres partidos
políticos, entre los que debería estar IU, por programa y experiencia, o, al
menos, un acuerdo de legislatura, que dé estabilidad a la Junta de Andalucía
durante los próximos cuatro años. La segunda, si fracasa la anterior, debe ser
la convocatoria de nuevas elecciones, y sálvese quien pueda, porque si no hay
acuerdo posible después de negociar, nadie debe quejarse. Que el pueblo andaluz
hable de nuevo y ya veremos...
Seguir
por el camino emprendido de votación tras votación sin haber alcanzado un
acuerdo es continuar en el laberinto. Peor aún, es no querer una alternativa
con vocación de continuidad y estabilidad para Andalucía
Ramón Barragán Reina
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