jueves, 30 de enero de 2020

SOBRE LAS TENTACIONES POLÍTICAS EN LAS ARTES PLÁSTICAS


La gestión de la Diputación de Córdoba en las artes plásticas no ha tenido cumbres muy brillantes durante el ya largo periodo de la transición democrática. En una institución que ha derivado desde el caciquismo decimonónico fundacional hacia el clientelismo, las artes plásticas, y la cultura en general, han constituido una zanahoria excesivamente dependiente de las patologías de lo/as diputado/as que pasaban a administrarlas. Salvo muy contadas excepciones (y estoy pensando en los años finales de Alberto Gómez), lo/as diferentes diputado/as de cultura han ido consumiendo su tiempo desde posiciones notablemente ensimismadas. Un extremo de zafiedad se alcanzó durante el periodo legislativo de 2011-2015, gestionado por el Partido Popular.
   En esos años el diputado de cultura decidió laminar la actividad de la Fundación de Artes Plásticas Rafael Botí, un vástago que, a pesar de sus altibajos y carencias (sobre todo en el aprovechamiento social y educacional de sus actividades), había sido el único motor medianamente profesionalizado del departamento, y el único que había acometido proyectos plásticos desde perspectivas de inequívoco riesgo. En un alarde de irresponsabilidad, privó de presupuesto a la Fundación pero le mantuvo activo su equipo administrativo. Bajo las expensas de este diputado se desarrolló la exposición “El Museo llega a tu ciudad”, un aberrante tinglado compuesto por veinte copias de cuadros famosos, mayoritariamente del periodo barroco, que llegaron a exponerse en veinticuatro municipios de la provincia con gran complacencia de las autoridades locales.
   Sin necesidad de recurrir a Platón, que desde la antigüedad clásica nos indicó que toda copia constituye no sólo una falsedad, sino un engaño, la didáctica del arte nos insiste en la necesidad de la experiencia directa con la obra original. Promover y alentar la visita a los museos constituye un hito más memorable y satisfactorio en la memoria y educación de escolares y ciudadanos. No se precisan a los grandes maestros: los fondos barrocos del Museo de Bellas Artes de Córdoba, por ejemplo, pueden ser una perfecta herramienta para contribuir a la formación de un espíritu analítico, y profundizar sobre el momento cultural del siglo XVII en nuestra ciudad y entorno. De manera que, financiando un programa educativo en colaboración con este Museo, sin duda los ciudadanos de la provincia hubieran conseguido resultados emocionales más óptimos que contemplando las copias citadas.   
   Salvador Fuentes era el vicepresidente primero de la Diputación de Córdoba durante ese periodo legislativo. En mayo de 2015, durante el acto de inauguración del Centro de Arte Rafael Botí, Fuentes anunció que deseaba que ese Centro estuviera “lleno de contenido y para eso vamos a contar con todo el mundo que tenga algo que ver con el arte, queremos ver cómo poner en funcionamiento el Centro, para lo cual crearemos un reglamento que dé cabida a los jóvenes que hacen cosas distintas”.
   Tras las elecciones municipales de mayo de 2015 Fuentes cesó en su cargo en la Diputación de Córdoba y, por tanto, no pudo llevar a cabo el arduo reglamento prometido. El voto popular se encargó de corregir su naïf ocurrencia, porque para dotar de contenido a un centro expositivo lo más adecuado es nombrar a un responsable profesional que se encargue de su programación, de igual forma que cualquier empresa requiere de una dirección cualificada. Pero la borrasca continúa porque ahora Fuentes se ha convertido  en el hombre fuerte del Ayuntamiento de Córdoba, y presidente de Vimcorsa.
  
Responsable de la Hacienda municipal, Fuentes no desea limitarse al ámbito de los presupuestos y, alentado por su pasado activismo en la Diputación, quiere hacernos partícipes de su escaso entusiasmo por el arte abstracto, cuestionar la labor de los comisarios de exposiciones y promover a los artistas del terruño.
   Es común en ciertos políticos locales (escasamente adscritos al consumo cultural) que, en temas relacionados con la actividad expositiva recurran a la intromisión y los simplismos. Tienden a imponer sus cortos puntos de vista, impregnados de prejuicios, complejos y estereotipos, y suelen confundir el destino social de toda gestión cultural institucional, que no es otro que la formación de la ciudadanía, único referente y único termómetro. Y para ello se precisa de agentes con conocimiento y proceder independiente.
   Concretar un proyecto que aúne novedad y calidad, sorpresa y fascinación, que posea capacidad para incentivar el pensamiento crítico, que descubra nuevos lenguajes y perspectivas inéditas y facilite el deleite para los espectadores, es el trabajo del comisario de una exposición, y el reto que debe planteársele. Y en cuanto al gestor cultural, la exigencia no puede ser otra sino la evitación de toda tentación sectaria, y la no imposición de discursos hegemónicos que coincidan con sus propios intereses.
   El control objetivo de estos principios genéricos son los límites que no deben traspasar los responsables políticos. Obviamente pueden controlar igualmente los costos económicos de todo proyecto expositivo, e incluso establecer límites sensatos. El IVAM valenciano (en la época en que fue dirigido por Juan Manuel Bonet, bajo administración del PP), tenía establecidos unos topes como honorarios para el comisariado de exposiciones, y también para la redacción de los textos críticos que suelen incorporarse a los catálogos.
   Los espacios institucionales dedicados a la cultura no están vedados a los creadores locales, pero desde luego no están a su servicio. Cuando un abogado obtiene su titulación no recurre al Ayuntamiento de su ciudad, ni a la Diputación, para proyectar su nombre y conseguir encargos. Se inserta en el mercado laboral. El mismo recorrido debe efectuar todo aquel que ha decidido, por su libre albedrío, dedicarse a la creación cultural. La promoción y difusión de esos autores corresponde a la iniciativa privada. A las instituciones sólo les concierne el análisis crítico y la atención sobre todo aquello que haya sido marginado por ese mercado, a pesar de sus valores, pero siempre dentro de un proyecto específico y en la oportunidad que depare la programación. En una ciudad como Córdoba, carente de plataformas privadas en el campo de las artes plásticas, los creadores locales han de desarrollar su talento mediante fórmulas propias y vías alternativas. 


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REALIDADES Y DESEOS POLÍTICOS

José María Bellido no dejó de prometer, durante la campaña electoral pasada, que su referente político era Francisco de la Torre, y que su intención consistía en adaptar en Córdoba los modelos implantados por el edil malagueño. Cuatro años de legislatura es un breve margen para llevar a cabo proyectos de envergadura, y de ahí que los políticos locales recurran a la creación de comisiones de estudio como recurso fácil para diluir responsabilidades. Pero no necesariamente hemos de pensar que Bellido quiera dejar pasar el tiempo e incumplir sus promesas. Las posiciones ideológicas divergentes no tienen que inducirnos al cuestionamiento de las convicciones ajenas. Podemos, y queremos, pensar que el interés de Bellido por introducir metas ilusionantes y transformadoras en el paisaje cultural de Córdoba es sincero.
Málaga como modelo
El modelo desarrollado por Francisco de la Torre en Málaga ha sido alabado por propios y extraños, pero escasamente adoptado. Su proyecto nunca escondió la intencionalidad primera que perseguía, que no era sino estimular la visita y permanencia de turistas en su ciudad: Málaga no se beneficiaba de las masas  que acudían a las playas de los municipios cercanos. Pero a pesar de este inicial móvil económico, la realidad es que hoy Málaga es una ciudad con una envidiable actividad cultural. El factor de atracción externa se ha convertido en un movimiento de transformación interna. La intensa y sistemática agitación, y los programas educativos llevados a cabo desde el CAC (que ha cumplido ya diecisiete años desde su inauguración), adoptados después fundamentalmente por los restantes museos municipales, han acabado forjando una nueva ciudadanía más informada, más culta, más crítica y más respetuosa. Las  experiencias visuales de sensibilidades tan contrastadas, los relatos expositivos de revisión histórica y contemporaneidad, contundentes y oportunos, han germinado en la autoestima de una ciudadanía con hábitos culturales y percepciones más amplias, y hasta ahora ajena a estas demandas.
   La red de museos es siempre el común referente al analizar la transformación de Málaga, pero Francisco de la Torre entendió que éstos no eran las únicas herramientas para cambiar su ciudad. En paralelo puso en marcha un Instituto municipal del Libro y reclutó a un hombre de talento, Alfredo Taján, para desarrollarlo y expandirlo. Porque las ideas no valen si no van acompañadas de los recursos humanos adecuados para gestionarlos. Lamentablemente Ciudadanos obligó en la pasada legislatura a cerrar este Instituto municipal del Libro, por entender erróneamente que sus objetivos coincidían con los del inane Instituto andaluz del Libro.
   Pero como decíamos, cuatro años de mandato son breve margen para un cambio radical. De ahí que precisemos obviar deseos y concentrarnos en la realidad que Córdoba ofrece. Reparemos en el Alcázar de los Reyes Cristianos.
   Durante el año 2019 este edificio de titularidad municipal fue visitado por 595.517 personas. Aunque no todos estos visitantes hayan abonado el importe de acceso al monumento, el montante económico acumulado a lo largo del ejercicio habrá resultado una cantidad significativa. Sin embargo, lo que el monumento ofrece a los visitantes es manifiestamente mejorable. La interminable (y paralizada) excavación arqueológica dificulta e impide la visita a una parte muy significativa del enclave, en tanto los jardines, alterados en sus dimensiones y la tala de su arbolado, llevados a cabo durante la década de los cincuenta del pasado siglo, ofrece una escenografía de cartón piedra en el más zafio estilo hollywoodiense.
   Destinar el dinero que el edificio recauda en su propio embellecimiento, y darle algo de autenticidad, es algo al alcance de una legislatura y algo que podría acometer José María Bellido. Crear un pequeño, pero eficaz y activo, ente administrativo autónomo que mime y vele por su conservación y mantenimiento, culmine de una vez la excavación y ordene sus interesantes piezas arqueológicas, restaure y restituya el jardín histórico (y disponemos de un especialista en la ciudad, Pepe Campos, que haría un trabajo ejemplar) y transforme las celdas en un espacio museístico donde situar parte de las obras y carteles que el Ayuntamiento guarda en el almacén del Museo Taurino, es una empresa posible e ilusionante.
   Y hay otra acción con la que el Ayuntamiento puede ilusionarnos y contribuir a mejorar el tejido cultural de la ciudad. Desechado el solar tras la Torre de la Calahorra para ubicar el Museo de Bellas Artes, dada su complejidad y costes económicos por el proceso de expropiación que conlleva,  el Consistorio podría liderar el consenso para que la antigua sede de la Zona de Reclutamiento militar, en la calle Lope de Hoces, pudiera albergar las instalaciones de este Museo, ahora tan deficitarias en el caserón de la Plaza del Potro. La idea la lanzó Francisco Solano Márquez en su día, aunque no parece haber sido oída. Su emplazamiento en los límites de la ciudad histórica y la expansión del siglo XX, contribuiría a la cohesión urbana, en tanto las amplias dimensiones del solar parecen más que adecuadas a las necesidades del Bellas Artes.
   Francisco de la Torre no sólo emprendió la creación de museos municipales, sino que presionó políticamente para que el Estado español acondicionara la Aduana de Málaga como Museo de la ciudad. La titularidad estatal de la antigua Zona militar en Córdoba, y la actual presencia de cordobeses en el Gobierno central, debería facilitar el proceso de transformación en sus nuevos usos culturales. En la presión a realizar, y con independencia de ideologías políticas, no dudo que la totalidad de la ciudadanía cordobesa estaría junto a su Alcalde.  
                                                                                              José María Báez           
   

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