La gestión
de la Diputación de Córdoba en las artes plásticas no ha tenido cumbres muy
brillantes durante el ya largo periodo de la transición democrática. En una
institución que ha derivado desde el caciquismo decimonónico fundacional hacia
el clientelismo, las artes plásticas, y la cultura en general, han constituido
una zanahoria excesivamente dependiente de las patologías de lo/as diputado/as
que pasaban a administrarlas. Salvo muy contadas excepciones (y estoy pensando
en los años finales de Alberto Gómez), lo/as diferentes diputado/as de cultura
han ido consumiendo su tiempo desde posiciones notablemente ensimismadas. Un
extremo de zafiedad se alcanzó durante el periodo legislativo de 2011-2015, gestionado
por el Partido Popular.
En
esos años el diputado de cultura decidió laminar la actividad de la Fundación de
Artes Plásticas Rafael Botí, un vástago que, a pesar de sus altibajos y
carencias (sobre todo en el aprovechamiento social y educacional de sus
actividades), había sido el único motor medianamente profesionalizado del
departamento, y el único que había acometido proyectos plásticos desde
perspectivas de inequívoco riesgo. En un alarde de irresponsabilidad, privó de
presupuesto a la Fundación pero le mantuvo activo su equipo administrativo. Bajo
las expensas de este diputado se desarrolló la exposición “El Museo llega a tu
ciudad”, un aberrante tinglado compuesto por veinte copias de cuadros famosos,
mayoritariamente del periodo barroco, que llegaron a exponerse en veinticuatro
municipios de la provincia con gran complacencia de las autoridades locales.
Sin necesidad de recurrir a Platón, que
desde la antigüedad clásica nos indicó que toda copia constituye no sólo una
falsedad, sino un engaño, la didáctica del arte nos insiste en la necesidad de
la experiencia directa con la obra original. Promover y alentar la visita a los
museos constituye un hito más memorable y satisfactorio en la memoria y educación
de escolares y ciudadanos. No se precisan a los grandes maestros: los fondos
barrocos del Museo de Bellas Artes de Córdoba, por ejemplo, pueden ser una perfecta
herramienta para contribuir a la formación de un espíritu analítico, y profundizar
sobre el momento cultural del siglo XVII en nuestra ciudad y entorno. De manera
que, financiando un programa educativo en colaboración con este Museo, sin duda
los ciudadanos de la provincia hubieran conseguido resultados emocionales más
óptimos que contemplando las copias citadas.
Salvador Fuentes era el vicepresidente
primero de la Diputación de Córdoba durante ese periodo legislativo. En mayo de
2015, durante el acto de inauguración del Centro de Arte Rafael Botí, Fuentes anunció
que deseaba que ese Centro estuviera “lleno de contenido y para eso vamos a
contar con todo el mundo que tenga algo que ver con el arte, queremos ver cómo
poner en funcionamiento el Centro, para lo cual crearemos un reglamento que dé
cabida a los jóvenes que hacen cosas distintas”.
Tras las elecciones municipales de mayo de
2015 Fuentes cesó en su cargo en la Diputación de Córdoba y, por tanto, no pudo
llevar a cabo el arduo reglamento prometido. El voto popular se encargó de
corregir su naïf ocurrencia, porque para dotar de contenido a un centro
expositivo lo más adecuado es nombrar a un responsable profesional que se
encargue de su programación, de igual forma que cualquier empresa requiere de
una dirección cualificada. Pero la borrasca continúa porque ahora Fuentes se ha
convertido en el hombre fuerte del
Ayuntamiento de Córdoba, y presidente de Vimcorsa.
Es común en ciertos políticos locales (escasamente
adscritos al consumo cultural) que, en temas relacionados con la actividad
expositiva recurran a la intromisión y los simplismos. Tienden a imponer sus
cortos puntos de vista, impregnados de prejuicios, complejos y estereotipos, y
suelen confundir el destino social de toda gestión cultural institucional, que
no es otro que la formación de la ciudadanía, único referente y único termómetro.
Y para ello se precisa de agentes con conocimiento y proceder independiente.
Concretar
un proyecto que aúne novedad y calidad, sorpresa y fascinación, que posea capacidad
para incentivar el pensamiento crítico, que descubra nuevos lenguajes y
perspectivas inéditas y facilite el deleite para los espectadores, es el trabajo
del comisario de una exposición, y el reto que debe planteársele. Y en cuanto
al gestor cultural, la exigencia no puede ser otra sino la evitación de toda
tentación sectaria, y la no imposición de discursos hegemónicos que coincidan
con sus propios intereses.
El control objetivo de estos principios
genéricos son los límites que no deben traspasar los responsables políticos.
Obviamente pueden controlar igualmente los costos económicos de todo proyecto
expositivo, e incluso establecer límites sensatos. El IVAM valenciano (en la
época en que fue dirigido por Juan Manuel Bonet, bajo administración del PP),
tenía establecidos unos topes como honorarios para el comisariado de exposiciones,
y también para la redacción de los textos críticos que suelen incorporarse a
los catálogos.
Los
espacios institucionales dedicados a la cultura no están vedados a los
creadores locales, pero desde luego no están a su servicio. Cuando un abogado
obtiene su titulación no recurre al Ayuntamiento de su ciudad, ni a la
Diputación, para proyectar su nombre y conseguir encargos. Se inserta en el
mercado laboral. El mismo recorrido debe efectuar todo aquel que ha decidido,
por su libre albedrío, dedicarse a la creación cultural. La promoción y difusión
de esos autores corresponde a la iniciativa privada. A las instituciones sólo
les concierne el análisis crítico y la atención sobre todo aquello que haya
sido marginado por ese mercado, a pesar de sus valores, pero siempre dentro de
un proyecto específico y en la oportunidad que depare la programación. En una
ciudad como Córdoba, carente de plataformas privadas en el campo de las artes
plásticas, los creadores locales han de desarrollar su talento mediante
fórmulas propias y vías alternativas.
***
REALIDADES
Y DESEOS POLÍTICOS
José
María Bellido no dejó de prometer, durante la campaña electoral pasada, que su
referente político era Francisco de la Torre, y que su intención consistía en
adaptar en Córdoba los modelos implantados por el edil malagueño. Cuatro años
de legislatura es un breve margen para llevar a cabo proyectos de envergadura,
y de ahí que los políticos locales recurran a la creación de comisiones de
estudio como recurso fácil para diluir responsabilidades. Pero no
necesariamente hemos de pensar que Bellido quiera dejar pasar el tiempo e
incumplir sus promesas. Las posiciones ideológicas divergentes no tienen que
inducirnos al cuestionamiento de las convicciones ajenas. Podemos, y queremos,
pensar que el interés de Bellido por introducir metas ilusionantes y
transformadoras en el paisaje cultural de Córdoba es sincero.
Málaga como modelo
El modelo desarrollado por Francisco de la
Torre en Málaga ha sido alabado por propios y extraños, pero escasamente
adoptado. Su proyecto nunca escondió la intencionalidad primera que perseguía,
que no era sino estimular la visita y permanencia de turistas en su ciudad:
Málaga no se beneficiaba de las masas que acudían a las playas de los municipios
cercanos. Pero a pesar de este inicial móvil económico, la realidad es que hoy
Málaga es una ciudad con una envidiable actividad cultural. El factor de
atracción externa se ha convertido en un movimiento de transformación interna. La
intensa y sistemática agitación, y los programas educativos llevados a cabo
desde el CAC (que ha cumplido ya diecisiete años desde su inauguración),
adoptados después fundamentalmente por los restantes museos municipales, han
acabado forjando una nueva ciudadanía más informada, más culta, más crítica y
más respetuosa. Las experiencias
visuales de sensibilidades tan contrastadas, los relatos expositivos de
revisión histórica y contemporaneidad, contundentes y oportunos, han germinado
en la autoestima de una ciudadanía con hábitos culturales y percepciones más
amplias, y hasta ahora ajena a estas demandas.
La red de museos es siempre el común referente
al analizar la transformación de Málaga, pero Francisco de la Torre entendió
que éstos no eran las únicas herramientas para cambiar su ciudad. En paralelo
puso en marcha un Instituto municipal del Libro y reclutó a un hombre de
talento, Alfredo Taján, para desarrollarlo y expandirlo. Porque las ideas no
valen si no van acompañadas de los recursos humanos adecuados para
gestionarlos. Lamentablemente Ciudadanos obligó en la pasada legislatura a
cerrar este Instituto municipal del Libro, por entender erróneamente que sus
objetivos coincidían con los del inane Instituto andaluz del Libro.
Pero como decíamos, cuatro años de mandato
son breve margen para un cambio radical. De ahí que precisemos obviar deseos y
concentrarnos en la realidad que Córdoba ofrece. Reparemos en el Alcázar de los
Reyes Cristianos.
Durante
el año 2019 este edificio de titularidad municipal fue visitado por 595.517
personas. Aunque no todos estos visitantes hayan abonado el importe de acceso
al monumento, el montante económico acumulado a lo largo del ejercicio habrá resultado
una cantidad significativa. Sin embargo, lo que el monumento ofrece a los
visitantes es manifiestamente mejorable. La interminable (y paralizada) excavación
arqueológica dificulta e impide la visita a una parte muy significativa del
enclave, en tanto los jardines, alterados en sus dimensiones y la tala de su
arbolado, llevados a cabo durante la década de los cincuenta del pasado siglo,
ofrece una escenografía de cartón piedra en el más zafio estilo hollywoodiense.
Destinar el dinero que el edificio recauda en
su propio embellecimiento, y darle algo de autenticidad, es algo al alcance de
una legislatura y algo que podría acometer José María Bellido. Crear un pequeño,
pero eficaz y activo, ente administrativo autónomo que mime y vele por su
conservación y mantenimiento, culmine de una vez la excavación y ordene sus interesantes
piezas arqueológicas, restaure y restituya el jardín histórico (y disponemos de
un especialista en la ciudad, Pepe Campos, que haría un trabajo ejemplar) y
transforme las celdas en un espacio museístico donde situar parte de las obras
y carteles que el Ayuntamiento guarda en el almacén del Museo Taurino, es una
empresa posible e ilusionante.
Y hay otra acción con la que el Ayuntamiento
puede ilusionarnos y contribuir a mejorar el tejido cultural de la ciudad.
Desechado el solar tras la Torre de la Calahorra para ubicar el Museo de Bellas
Artes, dada su complejidad y costes económicos por el proceso de expropiación
que conlleva, el Consistorio podría liderar
el consenso para que la antigua sede de la Zona de Reclutamiento militar, en la
calle Lope de Hoces, pudiera albergar las instalaciones de este Museo, ahora
tan deficitarias en el caserón de la Plaza del Potro. La idea la lanzó Francisco
Solano Márquez en su día, aunque no parece haber sido oída. Su emplazamiento en
los límites de la ciudad histórica y la expansión del siglo XX, contribuiría a
la cohesión urbana, en tanto las amplias dimensiones del solar parecen más que
adecuadas a las necesidades del Bellas Artes.
Francisco
de la Torre no sólo emprendió la creación de museos municipales, sino que
presionó políticamente para que el Estado español acondicionara la Aduana de
Málaga como Museo de la ciudad. La titularidad estatal de la antigua Zona
militar en Córdoba, y la actual presencia de cordobeses en el Gobierno central,
debería facilitar el proceso de transformación en sus nuevos usos culturales.
En la presión a realizar, y con independencia de ideologías políticas, no dudo
que la totalidad de la ciudadanía cordobesa estaría junto a su Alcalde.
José María Báez
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