A
propósito de la proyectada exposición de Sierra y Delgado en el C3A
El C3A tenía previsto inaugurar el día 19 de marzo
la exposición 1975. Galería Vivancos:
Gerardo Delgado y José Ramón Sierra.
Este centro no acostumbra editar catálogos de sus muestras, y su hoja de sala
no suele ser muy explícita por lo que, teniendo en cuenta estas circunstancias,
y que tuve parte activa en la idea y concreción de la exposición rememorada (que
constituyó el cierre de la breve historia de la Galería Vivancos), me ofrecí a
José Antonio Álvarez Reyes (comisario del proyecto), para una charla que la contextualizara.
Aunque mi ofrecimiento fue desatendido por parte del director del Centro
Andaluz de Arte Contemporáneo, el cierre del C3A a causa del coronavirus nos permite
adelantar los detalles de aquella experiencia.
Miguel
García Vivancos llegó a Córdoba en noviembre de 1971, junto a su compañera
Pilar y sus hijas Helena y Sara. Aquejado de una enfermedad pulmonar crónica,
los médicos le recomendaron retirarse del húmedo clima de París. El Decreto-Ley
10/1969, por el que el franquismo declaró prescritos todos los delitos
cometidos antes del 1 de abril de 1939, le permitía el regreso a España, por lo
que la familia optó por esta solución. Para normalizar su retorno, Vivancos
celebró, ese mismo año pero previamente a su instalación en Córdoba, una
exposición personal en la Galería Ramón Durán de Madrid.
Vivancos
nació en Mazarrón (Murcia) en 1895, aunque gran parte de sus vicisitudes
sindicales y políticas (como integrante del famoso grupo anarquista “Los
solidarios”, en el que también estuvo Buenaventura Durruti), transcurrieron en
Barcelona, en tanto Pilar era originaria de Aragón. El ideario ácrata y la adscripción
de ambos en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), así como la activa implicación
de Vivancos en la Guerra Civil (donde llegó a ostentar el grado de teniente
coronel del ejército republicano), los obligó al exilio francés al final de la
contienda. En Francia, Vivancos se integró en la Resistencia y, tras la Segunda
Guerra, decidió dedicarse a la pintura. Sin vinculaciones afectivas con España
(tanto familiares como amigos habían muerto durante la contienda, o marcharon
al exilio tras su finalización), cualquier lugar del país era idóneo para el
regreso. La familia era amiga de un hermano de José Luis García Rúa, entonces
residente en Córdoba, y éste vínculo fue suficiente al ofrecerse José Luis a
buscarles alojamiento en la ciudad.
Aunque
nacido en Gijón, García Rúa en esos momentos daba clases en la Universidad
Laboral de Córdoba. Filósofo y pensador anarquista, esa ideología fue la causa
que se esgrimió para expulsarlo de la Laboral, desde donde pasó a las aulas del
Instituto Séneca durante el curso 1972-73.
Vivancos
sobrevivió poco tiempo en Córdoba. Murió el 23 de enero de 1972. A su muerte la
familia decidió permanecer en Córdoba, donde ya habían realizado algunas
amistades y deslumbrado el magnetismo de Helena y el entusiasmo de Sara. Fruto
de estas cordiales relaciones, en octubre de ese año tuvo lugar una exposición
póstuma de Vivancos en la Galería Studio 52. Poco después fue la Galería
Arteta, de Bilbao, la que mostró la obra del artista. Sara, la hija pequeña,
también se había decantado por la pintura y, en abril de 1972, inauguró una muestra
individual en la Sala Céspedes del Círculo de la Amistad.
La familia
(que aumentó tras el nacimiento de un hijo de Sara, que decidió permanecer soltera)
disponía sólo de las ventas de los cuadros del padre como recurso económico,
por lo que la promoción de su obra no cesó. En 1974 se realizó una nueva
exposición personal en la Galería Arteta de Bilbao y, en 1975, figuró en la
colectiva madrileña y la monografía que Juan Antonio Vallejo-Nájera dedicó a
esta disciplina pictórica: “Naifs españoles contemporáneos”. Ante la incierta situación,
Helena (que había estado vinculada en París al mercado artístico), decidió
abrir una galería de arte en Córdoba. Encontró un local en la calle Reyes
Católicos, muy próximo a su domicilio (vivían entonces en la calle Doce de Octubre),
con una disposición en planta muy favorecedora: un ancho rectángulo cerrado a la
calle con una cristalera que, con un ligero desplazamiento izquierdo en su eje,
finalizaba en un pequeño espacio cuadrado al fondo que favorecía la exhibición
de propuestas diferenciadas.
Conocedora
de la aletargada y pobre realidad local, Helena comenzó la actividad de la
Galería de forma muy cautelosa. “Realistas andaluces”, fue el título de la
muestra que inauguró el espacio en octubre de 1974, y en la que se mezclaron obras
de los sevillanos Francisco Cortijo, Emilio Díaz Cantelar y Rolando Campos, con
las de los cordobeses José Duarte, Miguel del Moral, Miguel Richarte y Emilio
Serrano, más el complemento naif de Mari Pepa Estrada y el propio Vivancos.
Manteniendo
un tono libre de sobresaltos, continuó (en diciembre de 1974) con una exposición
personal de Gustavo Carbó Berthold, un pintor entonces adscrito a la nueva
figuración catalana, y otra de Juan Molina (en enero de 1975) que, aunque
residente en la ciudad, no formaba parte del cartel de los numerosos eventos
colectivos que los artistas cordobeses protagonizaban. Este alejamiento, y su
modestia personal, aún hoy mantienen a sus dibujos lineales de tinta (en la
órbita del arte óptico), confinados al olvido y al desdén.
Estos desencuentros
son habituales en el mundo del arte. Lo que acabó magnificando la ocasión fue la
vulnerabilidad del soporte de la Galería Vivancos: tres mujeres llegadas del
exterior, ajenas al mojigato ambiente imperante en la ciudad, y desamparadas
ideológicamente a causa del ideario político que profesaban. La calidez de la
acogida inicial de inmediato se transformó en un reguero de chismes e insidias
personales, con Helena como principal destinataria de las descalificaciones de
contenido sexual. Los vejatorios comentarios no tardaron en producir un enorme
vacío social en torno a la Galería Vivancos. Muy pocos se aventuraban a visitar
las exposiciones y ningún potencial cliente se interesaba por lo expuesto. Ni
siquiera la celebración de una exposición individual de Ginés Liébana (realizada
entre enero-febrero de 1975), y que significó la normalización de este autor en
la ciudad tras su alejamiento madrileño, logró romper la barrera de rechazo. Algunos
de los entonces jóvenes artistas que mostramos solidaridad afectiva con el
proyecto y la familia, y entre ellos Rafael Cabrera, García Parody, Esperanza Sánchez
y yo mismo, participamos (junto a Sara Vivancos, Alfonso Ariza, Mitsuo Miura,
José Soto y varios artistas de Jaén), en la nueva colectiva que se inauguró en
abril de 1975. También en ese grupo de apoyo se incluyó Ignacio Mármol, que
celebró poco después una muestra individual.
El acoso
policial se añadió al rechazo social. Poco después de la inauguración de la
Galería, una pareja de la brigada político-social (la policía secreta en el lenguaje de la calle), se
personó en el domicilio familiar. Los recibió Pilar que, ante las insistentes
preguntas y requerimientos, les manifestó su extrañeza: la policía conocía
perfectamente el ideario de la familia y la vida al margen de actividad
política que llevaban. Con la siniestra y burocrática mentalidad represora que
los caracterizaba, la policía se acogió a un banal protocolo. Tanto Helena como
Sara eran ciudadanas francesas y no disponían de residencia permanente en
España. En consecuencia, una pareja de secretas
pasaba regularmente por la casa para comprobar la actualización de las fechas
de entrada en el país. Para que no quedaran dudas de sus intenciones, sólo
reclamaban inspeccionar el pasaporte de Helena. Por tanto ésta se veía obligada
a viajar hasta Portugal cada tres meses. A través de Rosal de la Frontera
accedía a territorio luso, pasaba allí la noche y volvía a Córdoba al día
siguiente, lo que le permitía la continuidad de su estancia en España.
Ante la falta de apoyo y solidaridad mostrada por gran parte del entramado comprometido de la ciudadanía cordobesa, más la nula concreción de ventas y movimiento económico alguno, Helena se decantó por el cierre de la Galería al final de la temporada. Pero quiso hacerlo con una cierta espectacularidad y me pidió ayuda. No dudé en sugerirle contar con las obras de Gerardo Delgado y José Ramón Sierra. Gerardo, entonces, desplegaba unas envolventes instalaciones con telas de forros de seda, y José Ramón había expuesto el año anterior, en la Galería Vandrés de Madrid, un conjunto de tableros engarzados de gran contundencia. Nos desplazamos a Sevilla y nos entrevistamos con ambos. Después, en el domicilio de Juana de Aizpuru, Helena no tardó en disponer de su conformidad para celebrar la exposición en Córdoba. Tímida y reservada, mantuvo su habitual inexpresividad durante toda la jornada pero, conduciendo de regreso a Córdoba, giró de un brusco volantazo el coche, lo dejó parado en el arcén y profirió un potente y liberador grito de entusiasmo.
La
exposición se inauguró en mayo de 1975. Sierra colgó sus “Diez paisajes de
tormenta”, unos dobles tableros engarzados con bisagras (con uno de sus
extremos descansando directamente en el suelo), que completaban la pared izquierda
y se enfrentaban a la instalación (con las telas de seda colgando desde el
techo al suelo) de Gerardo. En complicidad con los grises, azulones y negros de
las piezas de Sierra, Delgado dispuso de una gama de colores sombríos en su
instalación que, en la prolongación del pequeño espacio del fondo, se transformaban
en una explosión lumínica de amarillos y anaranjados.
Para
cuantos batallábamos por opciones de vanguardia y ruptura en la ciudad, contar
con este montaje expositivo constituyó una estimulante lección pero, no lo
olvidemos, fue también el precio de una derrota. En torno a esos años
comenzaron su actividad las Galerías Juana de Aizpuru y Melchor (luego Rafael
Ortiz) en Sevilla, y Córdoba, con la desaparición de la Galería Vivancos,
perdió la oportunidad de consolidar una estructura profesional que normalizara
la presencia de tendencias y novedades en el ámbito de las artes plásticas, y el
coleccionismo artístico. Los gestores públicos, al revisar el pasado, deberían
exigirse algo más que oficialismo de saldo y, en este caso, aprovechar para dejar
testimonio del agradecimiento público a Helena Vivancos y a su familia por el
esfuerzo personal que realizaron, y restituirles, siquiera sea simbólicamente, por
tantas ingratitudes como les deparó la aventura de abrir una Galería de arte en
Córdoba.
José María Baez
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