jueves, 14 de marzo de 2019

Representación y gestión

 REFLEXIONES A PARTIR DEL CESE DE JUAN ANTONIO BERNIER COMO GERENTE DE LA FUNDACIÓN RAFAEL BOTÍ

Que la Fundación Rafael Botí es algo anómalo y pestilente lo confirma el cese de Juan Antonio Bernier. Nombrado gerente de la misma hace escasos dos años y medio, sólo las iniciales actividades de su autoría (como las exposiciones de Miki Leal, Equipo 57, Geométrico Trip South…) pudieron desenvolverse con cierta normalidad, aunque no exentas de intrusismos e interferencias por parte de Marisa Ruz, la diputada de Cultura que, con su pertinaz egocentrismo, ha sido incapaz de diferenciar los límites entre representación y gestión.

   No hablo de oídas. La exposición que celebré, junto a Fernando Clemente, José Miguel Pereñíguez y Fernando M. Romero en el Centro Botí de la plaza Judá Leví tuvo una demora de nueve meses porque la diputada, por su propia voluntad y sin tener en cuenta los compromisos asumidos por la propia Fundación y sus filtros técnicos y administrativos, decidió celebrar una exposición sobre flamenco en las fechas asignadas a la nuestra. Ante la unilateral y arbitraria decisión (y el trastorno económico que le supuso a Fernando M. Romero, que tenía que realizar una intervención personal en el patio y contaba con esos honorarios para abonar su máster en Londres) sopesé interponer una demanda judicial para que la diputada entendiera que la política consiste en administrar los bienes y asegurar los servicios, algo muy diferente a su institucional apropiación.
   Solo la ecuanimidad de Juan Antonio Bernier y su inquebrantable talante dialogante, logró convencerme de que desistiera de mi decisión y nos aviniéramos a celebrar la exposición más adelante. Pero las pazguatas ínfulas de la diputada se mantuvieron  inmarchitables. Durante la itinerancia de nuestra exposición en Roma se planteó celebrar allí la presentación de la antología italiana de Pablo García Baena, financiada por la Diputación de Córdoba (a la que le correspondieron doscientos ejemplares de la edición). Se contaba con la presencia de la profesora Pittarello y la posibilidad del desplazamiento del editor desde Florencia. El departamento de español de la Universidad de La Sapienza mostró su interés en acoger el acto pero, para sorpresa de todos, la diputada desdeñó la ocasión al considerar “no digno” el lugar. Conviene recordar que esa antología no ha contado con presentación pública alguna que le diera cobertura, ni en Italia ni en España, a pesar de que el propio Pablo diseñara poco antes de morir el formato del acto de la presentación en Córdoba.
   De este libro, además, no se han distribuido ejemplares por el departamento de Cultura de la Diputación a las personas que lo han solicitado. ¿Qué motivos puede haber para haber sido silenciado? ¿Acaso la causa puede ser no citar el nombre de la diputada en su prólogo? Esa omisión estuvo tras la falta de contestación a la oferta de compra que Encartes 21, editora de mi diccionario sobre arte contemporáneo en Córdoba, le hizo tres años atrás a la diputada.
   Podemos e Izquierda Unida deberían ser más cuidadosos con los comportamientos extemporáneos de sus políticos. E igualmente el PSOE, cómplice en la necia y burda maniobra del cese de Bernier. La diputada, dentro de muy poco, será exdiputada y nos veremos libres de su infantilismo y sus monsergas, pero como siempre será la ciudadanía quien asuma las pérdidas. En este caso hemos perdido a un tipo excelente, a un honesto y nada sectario gerente, que se propuso encauzar la Fundación Rafael Botí hacia una ilusionante y transversal atención cultural, alejándola del clientelismo y el rancio dirigismo político de épocas anteriores.  
    Remití este texto el martes 12 de marzo a diario “Córdoba” para su publicación como carta al director. Como tengo amistad con un periodista de ese diario, le hice notar que, dada la gravedad de los hechos, no autorizaba cortes en el texto. La encargada de esta sección, como consecuencia de ello, se puso en contacto telefónico conmigo el miércoles 13. Me informó que, dado que su extensión superaba los caracteres disponibles en el diario, cifrados en seiscientos para las cartas normales y dos mil ochocientos para la “carta ilustrada”, me proponía reducirlo a la par que me invitaba a actualizar su contenido incorporando las novedades que se habían sucedido (como el cese de los cinco integrantes de la comisión técnica de la Fundación y las puntualizaciones de la diputada acerca de la necesidad de contar con un perfil más técnico para el gerente).
   Confieso la perplejidad que me causó esta propuesta de cuadratura del círculo. ¿Reducir el texto pero a su vez ampliar la cobertura de los hechos? Evidentemente otras motivaciones debían agazaparse tras el ofrecimiento. No, mire, yo hablo sólo de lo que conozco, y por eso me responsabilizo de mis palabras, le contesté. Serán los miembros de la comisión técnica los que tendrán que explicar las causas de su renuncia pero, sobre todo, corresponderá a sus compañeros periodistas indagar en las motivaciones y circunstancias de este hecho e informar a los lectores de su periódico.
   Diario “Córdoba”, hasta entonces, había dedicado 71 palabras a la noticia de la destitución de Juan Antonio Bernier (en un texto de Europa Press publicado el día 12) y 94 palabras a la supuesta necesidad de un perfil “más técnico”, argumentado por la diputada de Cultura de la Diputación, en la edición del día 13 (del comunicado que el propio Bernier redactó para rebatir el relato de la diputada, diario “Córdoba” no se hizo eco). Una representante política (a dos meses del abandono del cargo) adopta una decisión arbitraria sobre un colaborador, al que ha sometido a un continuo maltrato y acoso (hasta el extremo de prohibirle su presencia en las fotos de las ruedas de prensa de las actividades que organizaba) y diario “Córdoba” establece un límite de caracteres para informar a sus lectores. Puro periodismo de raza.
  
Para entonces “Cordópolis” ya había utilizado partes de mi texto (debidamente autorizados) y había circulado ampliamente en correos y en redes. No tenía sentido adaptarlo a libro de estilo alguno ni permitir corrección sobre el mismo. Tire el texto a la papelera, le indiqué, a la par que le manifesté la admiración que sentía por las  crónicas sobre economía que esta periodista había publicado, muchos años atrás, en lo que tildé como “gacetilla parroquial”.
   A partir de ese momento, y tras mi impertinencia (con el uso de un término que, he de reconocer, no es invención mía), la conversación entró en crisis. No obstante, la periodista seguía insistiendo en la oportunidad de no sacrificar el texto por completo. “Cuenta usted cosas interesantes”, dijo. Y de inmediato entendí que el cese de José Antonio Bernier, y mi solidaridad con el mismo, probablemente no le interesaban gran cosa y era la historia del secuestro del libro de Pablo García Baena lo que cifraba su interés. No, tire directamente mi texto a la papelera, volví a indicarle.
   El cese de Juan Antonio Bernier ha provocado reacciones colaterales singulares. En primer lugar ha puesto en evidencia el papel de control sobre el poder que debería ejercer cierta prensa local. Habituada ésta a cubrir las incidencias de cuanto ocurre en la ciudad en función de los comunicados de prensa que emiten los gabinetes políticos, y cercenada la capacidad de investigación profesional, los periodistas se convierten en cadenas de transmisión de los órganos institucionales. Las causas que subyacen tras los hechos se omiten. Y no sólo en la prensa escrita. En la digital se produce un similar desdén investigador pues la inmediatez con que se recogen las incidencias, conlleva a registrar las noticias como una sucesión de titulares. El conciso y breve texto que acompaña esos titulares obvia el análisis particularizado que debería facilitarse al lector, para que dispusiera de una versión amplia sobre los hechos y sacara sus propias conclusiones.
   Sin estas herramientas la información se banaliza y no contribuye al esclarecimiento  de las causas y los motivos agazapados tras el titular. Los políticos, así, se benefician del cerco de silencio y desinformación e incluso intentan desviar las causas de esos hechos. Como Alba Doblas, que se permitió  interpretar turbiamente el cese de Bernier como un problema de género (y condenarlo a la hoguera en un desafortunado tuit), y nadie censuró semejante dislate ni le aclaró que la auctoritas de un servidor público debe basarse en la rectitud moral y en la defensa de la justicia, por encima de los oportunismos y las necesidades políticas de su agrupación tribal.   José María Báez

     


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