sábado, 6 de octubre de 2018

El Museo de Bellas Artes. Una reflexión


Museo de Bellas Artes de Córdoba

El Museo de Bellas Artes de Bilbao ha inaugurado recientemente, con la presencia del Jefe del Estado, una peculiar reordenación de sus colecciones. El escritor Kirmen Uribe ha ideado 31 vocablos y usado 305 obras de sus fondos para evocarlos. De esta forma el Museo rompe, momentáneamente y mientras dure esta exposición, el habitual método de mostrar cronológicamente su colección. “Ahora se ven más contentas las pinturas”, declaró Uribe.
   El Museo de Bellas Artes de Bilbao se fundó en 1908 y se inauguró en 1914. En 1924, y bajo la dirección del pintor Aurelio Arteta y la tutela de la Diputación Foral de Vizcaya, se puso en marcha un Museo de Arte Moderno, que en 1945 acabó fusionándose con el de Bellas Artes.
   La particular solvencia de la Diputación Foral de Vizcaya, así como la peculiar idiosincracia de la banca y el capitalismo vasco, actuaron de común acuerdo para nutrir los fondos iniciales de la colección del Museo. Cuando los resortes económicos de la Diputación no fueron suficientes, los empresarios vascos colaboraron para conseguir piezas singulares. Así, cuenta con potentes luminarias renacentistas (Lucas Cranach, El Greco..), barrocas (Gentileschi, Ribera, Zurbarán, Murillo...), del siglo XVIII (Goya, Alenza...), siglo XIX (Mary Cassatt, Gauguin...) y siglo XX (Bacon, Tàpies...), sin olvidar las piezas romanas y griegas, las cerámicas renacentistas españolas y las colecciones orientales (China, Japón...) y la muy completa visión del arte vasco hasta nuestra contemporaneidad.
Museo de Bellas Artes de Bilbao
Los museos son como el álbum de fotografías familiar. A través de ellos vemos los rostros de nuestros antecesores, el contexto en el que hemos crecido, los lugares por los que hemos transitado a lo largo de nuestra vida y nuestra propia evolución. Tengo una prima (que es muy bruta a pesar de ser médica) que dice que los museos de pintura son iguales en todas partes, y que visto uno vistos todos. Nada más alejado de la realidad. Los museos tienden a argumentar sus colecciones sobre la base de la creación local o nacional. Y ese matiz argumental los diferencia.
   Las pinturas constituyen documentos de la época en que se realizaron, y las más cercanas a nuestro ámbito nos informan sobre nuestra historia particular. Antonio del Castillo no sólo nos ilustra sobre la piedad religiosa de su tiempo, sino que nos habla de una sociedad donde la originalidad carece de suficiente valoración, y por eso admite las excesivas dependencias iconográficas que él mismo (o Fray Juan del Santísimo Sacramento, otro pintor coetáneo suyo) realizó valiéndose de grabados ajenos. Cuando Castillo se aventura a abrir una tienda en la ciudad y ofrece en ella cuadros donde el paisaje amplía y libera su habitual servidumbre de fondo, nos está indicando que hay un segmento de población cordobesa que es receptiva a las nuevas modas impuestas por Carracci desde Roma. Que algo se está moviendo en la burguesía de la ciudad.
   Las obras acumuladas en los museos nos hablan del trasiego comercial y las visicitudes históricas. Así, la insólita (por lo que se refiere al panorama museográfico español) colección de tsubas del Museo de Bellas Artes de Bilbao, llegada al mismo a través de una donación del coleccionismo particular, nos ilustra sobre la gesta y el interés de algún empresario vasco vinculado comercialmente con aquellas tierras, de la misma manera que gran parte de las colecciones del Museo del Prado constituyen herencias llegadas del exterior, como el fantástico y espectacular “Tesoro del Delfín”.

Antonio del Castillo
   Al entrar a formar parte de un patrimonio común, socializan su particularidad y transforman su historia en algo compartido. Este proceso de idealización converge en un reducto de memoria colectiva y un ente estimulante para la autoestima de los ciudadanos. Nada sorprende pues la decidida apuesta del gobierno nacionalista vasco por apoyar la revitalización del Museo de Bellas Artes de Bilbao, y la captación de Miguel Zugaza, un gestor de reconocido talento y aptitudes, para llevar a cabo la empresa.
   ¿Qué podemos aprender de todo esto? En principio tenemos que reconocer la asquerosa situación en que se encuentran los museos cordobeses. Y los motivos no reposan en exclusiva sobre diferencias y limitaciones económicas. Frente al esplendor del museo bilbaino, el abandono de los nuestros nos ilustra sobre la miseria moral de una población civil, que es incapaz de demandar soluciones, y una clase política que es incapaz de percibir su gravedad.  
   Con la excepción de Antonio Hurtado, que insiste año tras año en reclamar partidas presupuestarias para iniciar las obras del nuevo Museo de Bellas Artes, nadie hace nada para mejorar y corregir la situación de esta institución, asfixiada en el lóbrego y reducido espacio de la Plaza del Potro. Tras la revisión del Plan General de Ordenación Urbana elaborado por el equipo en el que colaboró Juan Cuenca, se acordó destinar las traseras de la Torre de la Calahorra como futura sede del mismo, pero ni la corporación de entonces (presidida por Rosa Aguilar y con posibilidades económicas), ni las sucesivas lideradas por el Partido Popular ni el PSOE, han sido capaces de acometer el proceso de expropiación de suelos para poder ofrecerlos al Gobierno central y forzar la intervención.
   Y en cuanto al Museo Arqueológico y Etnológico la prolongada clausura de sus instalaciones en el palacio de Jerónimo Paez, y la reducida exhibición de sus espléndidas colecciones de épocas romana y árabe expuestas en la nueva ala, nos hablan de un idéntico desamparo y postergación. Hasta ahora sólo cuenta con una tibia declaración de Carmen Calvo para intentar acometer la reforma de su sede histórica. Intenciones tan etéreas que ni hasta la delegada del Gobierno en Córdoba, en una reciente rentrevista periodística, se ha atrevido a apoyar.            
                                                                                                        José María Báez

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