martes, 9 de junio de 2015

Memoria y deseo (Apuntes para un modelo de ciudad)



I

Las elecciones municipales del pasado 24 de mayo han servido, entre otras cosas, para confirmar el importante cambio que se está produciendo en el mapa político español con la irrupción de las agrupaciones y partidos emergentes, cuyos resultados electorales han tenido dos efectos inmediatos: la desaparición de las mayorías absolutas en buena parte de las grandes ciudades y el incremento del pluralismo político en los Ayuntamientos.
Ese pluralismo exigirá imaginación, rigor, esfuerzo y generosidad a los grupos políticos municipales, que tendrán que buscar coincidencias, puntos de encuentro, propósitos comunes para acordar programas que garanticen la estabilidad en el gobierno de la ciudad, porque son muchos y muy diversos los problemas que tienen que afrontar las nuevas corporaciones.
No lo tienen fácil los nuevos alcaldes y sus equipos de gobierno. Aún no hemos salido de la crisis y el futuro inmediato está marcado por la indeterminación, la incertidumbre, la acumulación de tensiones y contradicciones, cuyas consecuencias y cuyos costes, además de imprevisibles, son difícilmente cuantificables.
Sea como fuere, parece evidente que para salir de la crisis estructural que padecemos y encarar, esto es, construir el futuro no valen las políticas de siempre. Necesitamos otras formas y otros modos de hacer política y discursos capaces de ofrecer alternativas, de promover acciones, de alentar esperanzas. No estaría de más, en este sentido, plantearnos qué tipo de ciudad queremos, cómo queremos que sea la vida en la ciudad. Estos apuntes no son sino una breve y modesta contribución al debate sobre el modelo de ciudad. 


II

¿Qué es una ciudad? Responder a esta pregunta supone enfrentarse a la riquísima polisemia de un término que admite diversas definiciones, según la perspectiva o el criterio que adoptemos a la hora de ensayar una definición. A mí me resulta especialmente grata aquella que propone que una ciudad, más allá de la mera denotación geográfica, es un espacio en el que convergen las múltiples, diversas y complejas relaciones de las personas que la habitan.
1. Relaciones privadas, en el ámbito de una vivienda y en el entorno de una familia, un término que abarca una plural tipología, cuya función social se ha acrecentado notablemente en la situación de crisis actual.
2. Relaciones sociales, en los espacios públicos y en los servicios comunes, cuya existencia o carencia, mejor o peor calidad afectan decisivamente a esas relaciones e incorporan cuestiones tan relevantes en la sociedad en que vivimos como la integración o la exclusión social.
3. Relaciones económicas, en una dinámica cada vez más compleja, que integra producción, distribución y consumo, y que incorpora factores determinantes en el devenir de la ciudad: el mercado de trabajo, el desempleo, los nuevos hábitos de vida o las sinergias del urbanismo contemporáneo, que van más allá de la práctica más o menos especulativa o de la aparentemente -y sólo aparentemente- neutra planificación territorial.
4. Relaciones personales, centradas en el desarrollo individual. Desde la práctica deportiva a las actividades culturales, pasando por los nuevos modos del ocio. Aquí adquieren un protagonismo fundamental los procesos educativos, no sólo en el ámbito formal, en el marco reglado de la educación obligatoria, sino también y cada día más en los procesos educativos no formales y, sobre todo, en los informales. Recuérdese, en este sentido, el lugar preferente que en la sociedad actual ocupan los medios de comunicación de masas, especialmente la TV, o la relevancia comunicativa de la telefonía móvil y de las redes sociales.
5. Relaciones políticas, en su sentido estrictamente institucional, esto es, las dinámicas formales de participación ciudadana, cuyo valor y prestigio están cada vez más erosionados, no sólo por su excesiva institucionalización sino también y sobre todo por el descrédito de las propias instituciones. 
Estas relaciones, su conjunto, van tejiendo o destejiendo los valores que rigen, con mejor o peor fortuna, con mayor o menor aceptación, con más o menos congruencia, la vida ciudadana, en general, y la conducta de cada cual, en particular. Valores que, dicho sea de paso, no siempre se resuelven de modo semejante en la vida pública y en la privada. Conviene no olvidar, por otra parte, que quien le confiere sentido a estos procesos es el sujeto que los protagoniza, es decir, los ciudadanos y las ciudadanas.

III

Pero ese complejo entramado de relaciones y valores se resuelve no sólo en un espacio ciudadano: se imbrica a la vez en un proceso temporal, asimismo complejo y en modo alguno lineal. Una ciudad traduce en cada uno de sus procesos colectivos y aun en no pocas conductas individuales, un tiempo, una historia, un relato, que arraiga en el pasado y con desigual fortuna se proyecta en el futuro.
Todos los seres humanos y todas las sociedades -escribió Hobsbawm- tienen sus raíces en el pasado (el de su familia, el de su comunidad, su nación u otro grupo de referencia, incluso la memoria personal) y todos definen su posición en relación con él, positiva o negativamente. Para unos, el pasado orienta y legitima; para otros, puede convertirse en una carga y en un obstáculo.
Desde una actitud radicalmente crítica frente al pasado, Nietzsche sostenía en Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida que para vivir el hombre ha de tener la fuerza, y de vez en cuando utilizarla, de romper y disolver una parte de su pasado. Y añadía: "La excesiva atención al pasado convierte a los hombres en espectadores diletantes, destruye su instinto creativo, debilita su individualidad".
Hay ciudades en las que la costumbre y la desidia, la rutina y la ignorancia han ido tejiendo un complejo tapiz de evocaciones y recuerdos, que acaban confundiendo la memoria y ahogando los deseos. Ciudades que viven ancladas en el pasado. Un pasado que se acepta y venera sin condiciones y que se esgrime como argumento para neutralizar lo nuevo, para ahuyentar el futuro.
En ocasiones, Córdoba parece una de esas ciudades que sólo tienen pasado. Asediada por la recurrente retórica que alimentan los tópicos y perturba la memoria o por la estéril nostalgia de quienes no supieron desprenderse de un pasado tan deslumbrante como remoto, Córdoba es una de esas ciudades que han perseverado a lo largo de los siglos manteniendo una extraña continuidad en su devenir histórico.
Pero, si abandonamos aquella retórica, pasado y futuro (o memoria y deseo, la sugerente fórmula que Ítalo Calvino propone en Las ciudades invisibles) convergen en un presente desde el que no podemos sustraernos a una evidencia: vivimos en un mundo en el que, en lo que llamaré aquí provisionalmente contexto, en sus diversos planos y niveles, actúa decisivamente en el campo estrictamente analítico y, por consiguiente, en la formulación de estrategias y en la toma de decisiones. Apuntaré a continuación algunos de los aspectos más relevantes de ese contexto.

IV

En primer lugar, la globalización de los procesos productivos, de la organización del consumo y de la movilidad de capitales, personas y bienes. Procesos cuyo correlato más evidente es la descentralización, que afectan a la economía y subsidiariamente a la política, y que influyen decisivamente en la vida ciudadana, allí donde lo global y lo local se encuentran ineludiblemente interconectados, gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Estar o no en esta nueva estructura global, adoptar una u otra posición en el terreno de juego, una u otra opción estratégica, es decisivo para el proyecto que quiere otorgarse a sí misma la ciudad. ¿Qué lugar puede y quiere ocupar Córdoba en ese contexto?
El malestar urbano es el segundo de los factores sobre el que quiero llamar la atención. En nuestras ciudades se manifiestan diariamente una serie de tendencias negativas que contribuyen frecuentemente al desaliento: las aglomeraciones y la congestión del tráfico, las deficiencias del transporte público, la contaminación atmosférica y acústica, la degradación de espacios públicos, el precio del suelo y la escasez de la vivienda, los desequilibrios cada vez más acentuados entre zonas residenciales y zonas marginadas..., que unidos a la anomia, la soledad, la inseguridad, la agresividad o la insolidaridad, son factores que contribuyen al deterioro de la calidad de vida urbana. Ante esta situación hay quienes entonan el miserere bucólico, olvidando tal vez que sólo en la ciudad, concebida como lugar de encuentro y de diálogo, pueden afrontarse las sinergias que resuelvan esas tensiones.
Por otra parte, en las últimas décadas estamos asistiendo a un proceso intergeneracional de cambio de valores que está transformando los comportamientos sociopolíticos y los hábitos culturales. Los modelos ideológicos de antaño parecen haber entrado en crisis, sustituidos paulatinamente, de un lado, por el pluralismo y la diversidad (que generan nuevas tensiones y conflictos) y, por otro, por la irrupción decisiva de nuevos movimientos sociales. Qué relevancia adquieren estos fenómenos en la experiencia cotidiana de la ciudad, es una pregunta que no deberíamos ignorar. Como no deberíamos ignorar tampoco, a la hora de realizar los análisis y ensayar las respuestas, los efectos de los cambios tecnológicos o el impacto de la sugestión mediática en la vida cotidiana.



El marco jurídico competencial es otro de los factores que hay que tener  en cuenta a la hora de trazar un modelo de ciudad. Como es sabido, desde el punto de vista municipal, el proceso de descentralización que se pone en marcha con la Constitución de 1978 ha sido asimétrico e insuficiente. La construcción del Estado de las Autonomías ha dejado en un segundo plano a la Administración local, soslayando el anacronismo institucional de las Diputaciones y, lo que es más importante, aplazando sine die la definición del marco jurídico de los Ayuntamientos (competencias y funciones, obligaciones y recursos) en la nueva organización del Estado.
Como institución más cercana al ciudadano, un Ayuntamiento se enfrenta a diario a la presión creciente de lo cotidiano e inmediato, esto es, a unas demandas cada vez más crecientes y diversificadas. Independientemente de que sea o no competente en ello, es decir, que haya recibido o no la correspondiente transferencia de recursos, el Ayuntamiento ha de tener , si no soluciones, respuestas para todo y para todos. Cómo se jerarquizan, cómo se satisfacen y cómo se financian estas demandas -teniendo en cuenta la situación financiera de los Ayuntamientos- son tres cuestiones ineludibles en el diseño y en el gobierno de la ciudad.
Ante el reto del incremento y de la complejidad de sus funciones, los ayuntamientos deberían plantear tres reclamaciones básicas: a) un nuevo marco competencial, que vertebre la relación con la Comunidad Autónoma y con el Estado; b) un nuevo modelo de financiación y gestión, que garantice el buen uso de los servicios y prestaciones municipales; c) una reforma del sistema electoral que impulse una mayor participación de la ciudadanía en la definición y desarrollo de las políticas y los programas municipales.
Para terminar, apuntaré los  elementos que, en mi opinión, deben articular un modelo de ciudad: la planificación urbana; un plan de Infraestructuras y Equipamientos; los programas relacionados con los hábitos culturales y las dinámicas socioeducativas; los mecanismos de participación ciudadana; las políticas socioeconómicas relacionadas con el desempleo, la economía sumergida, los agentes y sectores económicos; la imagen y proyección exterior de la ciudad; la cooperación institucional, la eficiencia y transparencia de la gestión municipal.
Pedro Roso

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